Esta mañana me he levantado a las 6,00 de la mañana para dar clases particulares a un niño español que vive en Yakarta ¿Pereza? Bastante, pero pagan muy bien y mi hipoteca no vive precisamente de mi procrastinación. Vive, aunque a veces me ahogue, de mi trabajo.
El caso es que, poleo menta en mano, estuve explicando el personaje de Nora y el retrato Ibseniano de la “mujer emancipada” a mi alumno. Algo que me “puto flipa” y, a la vez, a veces me asusta; pero vayamos por partes en cada concepto:
Me flipa porque siempre me ha parecido uno de los retratos de “la mujer emancipada e independiente” más valientes del realismo teatral y teatro de tesis del siglo XIX. El que Ibsen se inspirase en un caso cercano y, con “un par” de atreviese a denunciarlo en forma de drama aún medio conociendo las consciencias de su polémico final en un público del siglo XIX me parece, cuanto menos, un signo de valentía incuestionable.
Sin embargo, me asusta también. Desde finales del XIX las mujeres hablamos de dar un golpe encima de la mesa, de emancipación sociocultural, de cambio de roles, de independencia total. A veces hasta yo misma me creo que lo estamos consiguiendo y es entonces cuando llega la sociedad y lo estropea.
Llevo medio mes recopilando estas perlas de Helmers y Helmars del siglo XXI *Pista: la mayoría provienen de gente menor de 35 años*:
“¿Para cuándo la boda?”
“¿A ver si el novio de Fulanita nuevo la aguanta?”
“Van a promocionar a una compañera por las cuotas de igualdad pero le he dicho a mi jefa que yo podría hacerlo mejor”
“Le pregunté qué había de cenar y me dijo que sobras. Pf que lo cene ella yo pido algo por ahí”.
“No sé planchar, que aprenda ella que ya debería saber.
“Las mujeres os flipas viendo comedias románticas y Sexo en Nueva York y buscáis un tío perfecto que os haga todo para no hacerlo vosotras”.
“Una madre tiene hijos para cuidarlos, no para que los cuide el marido que no tiene tanto vínculo con ellos”.
Sigue asustándome mucho escuchar esto en pleno 2021, pero no dejaré de explicar a Ibsen en tiempos de Vargas Llosa. Perdonen los ofendidos
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