lunes, 23 de febrero de 2015

Boyhood

La gala de los Oscar que más recuerdo es en la que Heath Ledger ganó el premio a mejor actor de reparto por el film de Nolan,  El Caballero Oscuro. Él no pudo asistir al evento;  había muerto de una sobredosis accidental meses antes.  Su familia fue  en nombre de Matilda, su hija de por aquel entonces dos años. El discurso que su familia brindó fue formidable, especialmente lo que dijo su hermana aún hoy sigue grabado en mí memoria: "El cine es entrega, es pasión por un amor que pocos experimentan y comprenden".
Seis años después de aquel discurso, en Octubre de 2014 y en el día de mi cumpleaños, vi un largometraje que hizo que se me cayeran literalmente las lágrimas de emoción, y comprendí que esa pasión y ese "vivir por y para el cine" no es algo que concierne sólo a actores.  Boyhood, de Richard Linklater es la nueva cara de un cine independiente que cada día consigue engancharme aún más a mi arte favorito.  Filmado a lo largo de 12 años (2002-2013) pero únicamente en 39 días de rodaje, Boyhood o Momentos de una Vida en Español, narra la historia de Mason,  desde los seis años y durante una década poblada de cambios. Es un camino de la niñez a la primera madurez post adolescente, un viaje de tres horas por la vida del protagonista que, en ocasiones, me recuerda a mi niñez.

La película se abre con el protagonista mirando las nubes, siempre cambiantes y siempre las mismas, y es que en Boyhood el tiempo pasa y esa frase se materializa en la película con una plasticidad y una textura física y corporal tan tangible que se puede sentir cómo el tiempo fluye y se escapa entre los dedos de un espectador que asiste al paso de la piel de niño del protagonista a la plagada por el acné durante su adolescencia, al aumento de las arrugas de Ethan Hawke y de los kilos de más de Patricia Arquette. Boyhood es una película de aprendizaje pero también de pérdida, de la pérdida de un paraíso infantil en donde todos son seguridades hacia un mundo en la que ya no hay certidumbres excepto la de ser lanzados al vacío.
Volviendo a Octubre de 2014. Después de finalizar lo que fue para mi junto a Gran Hotel Budapest y Perdida lo más revelador cinematográficamente hablando del año, me puse a dar un paseo por mi casa y a ver fotos de mi vida pasada que a mi madre siempre le da por  organizar en orden de antigüedad. Me encontré a mi misma llorando mientras observaba una foto  en brazos de mi madre con siete meses. Han pasado veinte años.   Como he dicho el tiempo fluye, pero no sólo en el espectador ante la película sino también en nosotros mismos que no dejamos de ser eso, Mason's mirando nubes en el cielo mientras el tiempo pasa y nos hacemos a él.

Puede que Linklater no haya ganado ningún Oscar, pero definitivamente ha ganado un sitio en mi corazón.  

lunes, 12 de enero de 2015

Ella sólo quería escribir (guiones)


Selma caminaba dando tumbos en la habitación mientras la contemplaba, perpleja, como si de su  boca hubiera salido la mayor estupidez habida y por haber en toda la faz de la tierra. Ella, al contrario, permanecía quieta. Sabía que no  había dicho nada malo, sólo que quería escribir (guiones de cine).

Selma había tolerado que su pequeño retoño trasnochase viendo películas y premios de séptimo arte. Había accedido a que no se dedicase a algo útil y propio de la ciencia, y que se fuese a la casa de los artistas con la esperanza de que, poco a poco, enmendara su error y encontrara el camino, el camino a lo utilitario. Pero a su hija nunca le gustó lo útil. Adoraba a Monet y al surrealismo, cantar,  a Vladimir Nabokov y a Kerouac; y pedía cada Navidad obras de los poetas malditos Era una vanguardista. Su amor por el arte llegó a ser tan intenso, que se enamoró del séptimo, y sí, quiso ser guionista.
Era inconformista, no le bastaba con plasmar en un papel una historia  subjetiva sobre gente que posiblemente sólo existiera en su imaginación. Ella quería más, quería que los demás viesen a través de su propia mente. Quería dotar de fantasía a aquellos que habían crecido sin ella por el simple hecho de no leer. Posiblemente mucha gente quisiera escribir guiones tanto como ella pero, más que ella, nunca. 
  La pragmática y empírica Selma no  entendía dicha devoción y  confiscó todo el papel de su habitación para que la niña no cumpliera su sueño.  Pero se le olvidó quitarle lo más importante, su imaginación.