Esta mañana todo era una vez más, rutinario, de camino a la estación. Mi personalidad sonaba, como todos los días a las x y diecisiete. Yo cruzaba el puente, con el pelo invadido por el aire del "amagüestu" ante un tren que, para variar, iba a perder.
Todo parecía invadido por rutina y costumbrismo, pero no, hoy no había nostalgia ni vacíos emocionales tras ese grito de "soy nulo y tu distante, y ya nada es como antes". Mis ojos miraban el sol salir atónitos por el cristal de la montura de mis gafas como si no lo hubieran hecho en cientos de años. No conocía en aquel instante lo que era el miedo, la nostalgia, las punzadas en el esternón ni las ganas de llorar a plena luz del sol en la calle. Por una vez la nula y la distante era yo, sólo yo supongo. Porque sí, sé de sobra que nada es como antes y no, no me da igual. Pero por fin he aprendido a vivir con ello; a volverme un poco más independiente de lo que era mismamente ayer. Quizás el reto de mañana sea aprender a quererse y mimarse más. De momento me conformo con sonreír, sonreír mucho y bonito.